Me preocupa el hecho de que haya personas que crean en teorías conspirativas, o que digan que el coronavirus no existe, y andan por las calles de sus ciudades como si nada pasara.
Este virus es implacable. Se propaga incluso antes de que sepamos que ya está en nuestro cuerpo. Y nos engaña haciéndonos creer que no es más que una gripe. La única arma que tenemos para frenar la propagación es la distancia social.
Hoy vimos en las noticias que en una ciudad de Bolivia un grupo de personas correteaban con piedras a los policías para evitar la cuarentena, también se mostraron muchísimas haciendo compras en los mercados o saliendo por cualquier excusa. De todos los que todavía no respetan la cuarentena, solo se necesita que haya una persona infectada para que infecte a tres personas y luego cada una infecte a tres personas más, y después no habrá camas en los hospitales cuando mi madre no pueda respirar bien o cuando la suya tosa demasiado.
Es verdad que las medidas del gobierno están tomando nuestra preciosa libertad. Pero el verdadero problema no es el 80% que superará la enfermedad con este virus en una semana. Es el 20% de los pacientes, los mayores, los que están inmunocomprometidos, los que tienen otros problemas médicos que necesitarán más apoyo: oxígeno o un ventilador, soporte vital.
Los 4 nuevos casos infectados anunciados hoy día en Bolivia, son los que se contagiaron hace una semana. Todavía hay personas que se contagiaron hoy, que ni siquiera se han enterado de que están enfermas y pueden contagiar a otros. Si no nos quedamos en casa, pero verdaderamente en casa, los sanos y optimistas condenarán a los vulnerables. Hay que combatir este fuego antes de que crezca demasiado.

Endocrinólogo, transplantado renal, columnista de salud, convencido que las palabras y las acciones pueden cambiar el mundo.