Vivimos tiempos extraordinarios, el miedo a la enfermedad del coronavirus se apodera de muchos y ya no soy el único en eso de estar preocupado por enfermarse.
Como alguien que ha vivido 26 años con un trasplante riñón y que ha sobrevivido a algunas altas probabilidades de mortalidad, tengo mucha empatía por lo que es cuestionar nuestra seguridad en el mundo. Es el peso invisible que llevo conmigo, siempre. Hoy, aún con la epidemia del coronavirus que consume al mundo, me levanto de la cama todos los días y voy por la vida a pesar de que siempre hay amenazas nuevas e impredecibles para mi salud. En muchos sentidos, para mi, nada ha cambiado. Años de vivir con un sistema inmunitario comprometido, me han enseñado continuar a pesar del miedo, por un mundo lleno de peligros potenciales a cada paso.
Durante un día común y corriente en Santa Cruz de la Sierra, comparto espacio con decenas de otras personas, sobre las cuales no tengo control. Si me encuentro con un amigo nos damos la mano, si veo una paciente la saludo con un beso en la mejilla, o si voy a un compromiso social estoy en contacto con mucha gente, siempre con una alta exposición al virus. Para responder a esta realidad, hago mis cálculos y me aseguro de que mis riesgos sean mínimos. Debido al coronavirus, he decido mantenerme alejado de actos sociales, quedarme en casa, dejar de juntarme con los amigos, y solo hacer consultas con mis pacientes por videollamadas. En un tiempo, volveré hacer mis cálculos de nuevo. Sin embargo, la vida por la que me esfuerzo tanto en proteger no es realmente una vida si es consumida por el miedo.
No digo que no tenga miedo o que no deba tenerlo. El miedo es mi compañero, es mi mecanismo de defensa para poder vivir una vida plena. Es más, al crecer con un futuro incierto, pude lograr uno de mis objetivos de los que más me siento orgulloso: saltar en paracaídas.
El ser una persona con un trasplante de órgano hace que viva el hoy y que deje el mañana para cuando llegue. Las preocupaciones que no valen la pena el estrés se liberan, el mocochinchi que tanto me gusta se toma, la música de Pink Floyd se escucha.
Cuando el miedo llega, hay que cambiarle su forma, modificar su impacto. Lo tenemos, pero no dejamos que sea al revés. El pánico por coronavirus es natural, pero si nuestro miedo va a estar ahí, mejor usémoslo y hagamos que funcione para nosotros, para nuestros objetivos, nuestra perspectiva y para los demás.

Endocrinólogo, transplantado renal, columnista de salud, convencido que las palabras y las acciones pueden cambiar el mundo.