El ácido graso es una enfermedad silenciosa. Hay muchísima gente que la padece, y ni se enteran porque no tienen síntomas, y eso que hay lucecitas metabólicas que se prenden advirtiéndole a uno, como ser la elevación de los niveles de triglicéridos y la resistencia a la insulina. Hay varias formas de detectar esta enfermedad, pero algunos métodos son mejores que otros. Se pueden hacer estudios de la función del hígado mediante una muestra de sangre, en donde se miden diferentes enzimas.

Los niveles anormales de estas enzimas, conocidas como transaminasas, pueden indicar daños del hígado. Otra forma de detectar el hígado graso es realizando estudios de imagen, como la ecografía, que muestra si hay o no niveles elevados de grasas. El problema es que no siempre estos procedimientos son precisos, puesto que tienen algún margen de error. Por ejemplo, no todo quien tiene hígado graso tiene elevadas las enzimas del hígado, incluso estando en estadíos avanzados de la enfermedad.

Actualmente, el estándar de oro para el diagnostico del hígado graso, es la biopsia del hígado. Esto involucra la inserción de una aguja dentro del abdomen para remover una pequeña muestra de tejido del hígado, la cual es estudiada para determinar si contiene células llenas de grasa o inflamadas. Debido a que este procedimiento es invasivo y puede ser doloroso, generalmente la biopsia del hígado se reserva para casos donde se sospecha fuertemente hígado graso o de la forma más avanzada de la enfermedad, la cual es conocida como esteato-hepatitis. Es esta forma la que más preocupa debido a que la inflamación que la acompaña puede llevar a la cirrosis, lo cual es irreversible. Aquí es donde comienzan las complicaciones como el cáncer de hígado y la insuficiencia hepática. Pero aún sin inflamación o cicatrizaciones, el hígado graso puede tener consecuencias significativas. En sus estadíos tempranos, el hígado graso es un factor independiente para enfermedad del corazón y diabetes tipo 2.

Las personas que padecen de hígado graso generalmente tienen resistencia a la insulina o padecen de síndrome metabólico, que son una serie de factores de riesgos cardiovasculares. Esta constelación de factores de riesgos incluyen a: obesidad abdominal, triglicéridos elevados, azúcar alta, presión alta y colesterol HDL bajo (el colesterol bueno o cardioprotector). De hecho, muchos investigadores se refieren a la enfermedad de hígado graso como la «manifestación» de síndrome metabólico en el hígado.